Comentario
El "compromiso austro-húngaro" de 1867 supuso que las posesiones de los Habsburgo, en este momento con Francisco José a la cabeza, formaran una Monarquía dual. Por una parte, los oficialmente designados como "reinos y tierras representados en el Reichsrath", conocidos como imperio de Austria (Austria, Bohemia, Moravia, Eslovenia, Carniola, Istria y Galitzia). Por otra, el Reino de Hungría (Hungría, Transilvania, Croacia-Eslavonia y Fiume). Ambas Monarquías tendrían en común un monarca, tres ministerios con competencias en ambos Estados (Asuntos Exteriores, Guerra y Hacienda) y el Ejército Imperial y Real con el idioma alemán como lengua de mando. Sin embargo, tanto Austria como Hungría dispusieron de un ejército territorial con idioma de mando en su respectiva lengua.
Cada Estado tuvo su propio poder legislativo. El Consejo del Imperio en Austria y la Dieta en Hungría. Cada una de estas instituciones tenían a su vez dos Cámaras diferentes. En el caso de Hungría, el Gobierno debía responder ante la Dieta, mientras que en Austria el ejecutivo no era responsable ante las Cámaras, sino ante el emperador. En todo caso, la competencia de las respectivas instituciones abarcaba lo referente a los ministerios de cada Estado y al ejército territorial.
Respecto a los ministerios y ejército comunes, en lo que no dependían directamente del monarca, respondían ante dos Delegaciones de los parlamentos de Viena y Budapest, formada cada una por 60 diputados. Los gastos derivados de estas instituciones eran sufragados en un 70 por 100 por Austria y el resto por Hungría.
La Monarquía dual funcionó relativamente bien durante medio siglo. La cohesión del sistema se basó, en primer lugar, en la persona del soberano, Francisco José, que supo despertar un sentimiento de lealtad hasta su muerte en 1916; lealtad que estaba lejos de ser una fórmula retórica. El Ejército Imperial y Real, así como la administración común, reforzaron la unión entre los que participaron en estas actividades, actuando como crisol.
Además, este conglomerado de comunidades humanas y tierras que enseguida analizaremos, constituía una unión de intereses económicos. La economía y la sociedad de las diversas partes del Imperio eran muy desiguales. Entre la Bohemia urbana y la elite de Viena y Budapest, por una parte, y las aldeas de Hungría, Galitzia, Transilvania y otras zonas había un abismo no sólo económico sino humano. El abismo que va de la economía de mercado al autoconsumo tribal, de la cultura escrita al analfabetismo, de la riqueza a la pobreza. La división social era aún mayor que la racial y en ocasiones se sobreponía. Los terratenientes húngaros siempre estaban dispuestos a emplear mano de obra rutena, para hacer bajar los salarios de los trabajadores magiares. A pesar de todo, las diversas regiones tenían recursos complementarios. Una red de vías de comunicación, terrestres y fluviales, permitía la fácil relación entre las partes del Imperio, y los puertos de Trieste y Fiume eran una salida común con los países mediterráneos y de ultramar. En el terreno económico, el último tercio del siglo XIX constituyó un período de prosperidad para el conjunto del Imperio. Y buena parte de los habitantes del mismo lo percibían así, por ello deseaban buscar el sistema para su conservación.
El acuerdo entre Austria y Hungría suponía un intento de salvar el Imperio sin recurrir a la imposición por la fuerza, un compromiso en suma. En cierta manera, la historia del Imperio austro-húngaro en estos años que van hasta la Gran Guerra es la historia del equilibrio entre sus partes. La propia política exterior, que era uno de los aspectos que justificaban la unión de las Monarquías, vino a ser una de las mayores fuentes de problemas desde 1880. El acrecentamiento del territorio a costa del Imperio turco lo fue en precario y no ayudó a una mayor cohesión sino, más bien, al contrario. Creó conflictos, no sólo entre ambos Estados, Austria y Hungría, sino en el seno de cada uno de ellos.
Al pangermanismo del Oeste, correspondía el paneslavismo del Este, posiciones que las potencias europeas procuraron amplificar, en las respectivas comunidades, en beneficio propio, tal como se puede ver en el capítulo dedicado a las Relaciones internacionales.
La realidad étnica era verdaderamente compleja. La parte austriaca ofrecía considerable variedad de poblaciones y entrecruzamiento entre ellas. Sólo les unía la historia y una amplia mayoría católica (más de un 80 por 100). Los territorios formaban un gran arco desde los Alpes y el mar Adriático hasta los Cárpatos; en ellos convivían hasta diez etnias diferentes. Entre ellas los alemanes, checos y polacos estaban más consolidadas y tenían preponderancia. En el caso de los alemanes, había un sentimiento de superioridad y temor a las pretensiones del cada vez mayor número de eslavos. Algunas provincias, como la de Salzburgo o los ducados de la Alta y la Baja Austria, estaban pobladas exclusivamente por alemanes, pero esto no era lo habitual. En algunas eran minoría. Por estos años, su número había descendido durante el siglo XIX y era sensiblemente más bajo en las ciudades bohemias. En todo el interior de la cuenca de Bohemia-Moravia, los checos eran ampliamente mayoritarios. En otras, los germanos dominaban, como en el Tirol, Carintia y Estiria, donde también había importantes minorías italiana y eslovena. Los italianos dominaban en el Trentino y éstos se mezclaban con los eslovenos en la provincia de Gorizia. Ambos grupos, italianos y eslovenos, convivían con los croatas en Istria y Dalmacia. En Silesia se mezclaban polacos, checos y alemanes. Galitzia tenía mayoría de población polaca, con una importante minoría rutena, sobre todo al Este. En Bucovina, las poblaciones estaban también muy mezcladas: rutenos, rumanos, alemanes, polacos y húngaros.
En el reino de Hungría, los magiares eran más de la mitad de la población. Las poblaciones alemanas, en número aproximado de 2.000.000, se hallaban más agrupadas en bloques compactos en todas las ciudades y algunas zonas rurales. La "magiarización" llevada a cabo desde 1867, supuso la disminución progresiva de la población germana. Los rumanos, unos 3.000.000, eran la mitad de la población en Transilvania y el Banato. En Croacia-Eslavonia los croatas eran mayoría, salvo en alguna zona, entre los ríos Drava y Sava, donde se concentraban los serbios desde el siglo XVIII. El Fiume (Rijeka para los croatas), recibió, en la segunda mitad del siglo XIX, un importante aporte de italianos que se mezclaron con los croatas. Los eslovacos vivían principalmente en las zonas montañosas al noroeste de Hungría y en los valles cercanos al Danubio. Los rutenos, por su parte, ocupaban las zonas septentrionales de los Cárpatos y el valle del río Tisza. Finalmente, los judíos estaban presentes en todas partes, especialmente en las ciudades.
Tanto en el conjunto del Imperio como en Austria y Hungría en particular, el problema dominante fue el de las diversas nacionalidades.
En el reino de Hungría la clase política estaba dividida en dos tendencias principales. El Partido Liberal, liderado por el conde Kalmán Tisza, discípulo de Francisco Deak y jefe del gobierno entre 1875 y 1890, fue leal al sistema dual y llevó a cabo una "magiarización" progresiva del Estado. Por su parte, el Partido de la independencia de Francisco Kossuth, al que se unieron disidentes del anterior partido, era favorable a la independencia de Hungría, pero sin cambio dinástico. Dentro de la propia Hungría, el Partido Liberal se mostró más abierto a los problemas de las nacionalidades que su principal opositor. Junto a estos dos partidos históricos, aparecieron a finales del siglo XIX el Partido Popular cristiano del conde Zichy, el Partido de los Terratenientes y el Partido Social Demócrata. En todo caso, estas últimas formaciones estuvieron poco representadas en la Dieta. El sistema parlamentario húngaro estaba compuesto por dos Cámaras, la Cámara Alta, formada por miembros vitalicios, de derecho y hereditarios, y la Cámara Baja, compuesta por mayoría de representantes de Hungría (más del 75 por 100), una menor proporción de representantes de Transilvania, Croacia-Eslavonia y uno por el Fiume, todos elegidos por un sistema censitario.
Con los matices señalados, en general, los magiares gobernaban en su beneficio el antiguo reino húngaro (hasta la línea del río Drave) sobre las grandes minorías de rutenos, eslovacos, rumanos y germanos. Al otro lado del Drave, en Croacia, la situación era muy diferente. Los magiares eran una pequeña minoría.
La conciencia de nacionalidad en Croacia estaba muy desarrollada en los medios políticos e intelectuales. El "Compromiso" dual fue firmado en febrero de 1867. Habían pasado unos meses, en noviembre del mismo año, cuando hubo que negociar un Compromiso húngaro-croata, que entró en vigor en 1868, por el que Croacia formaría en adelante un reino autónomo, con una Dieta y administración particulares, dentro de la Gran Hungría. No obstante, durante estos años y los que siguieron hasta la Gran Guerra, se extendió cada vez más un movimiento de separación de Hungría y de unión de los "eslavos del sur". Es decir, se trataba de construir un Estado, dentro de la Monarquía de los Habsburgo (más vinculados a Viena), compuesto, al menos, por Croacia, Eslovenia, Serbia y el Fiume. Era una yugoslavización que implicaba a las dos partes de Austria-Hungría y al Imperio turco en la compleja cuestión de los Balcanes. Los propios magiares temían la consolidación eslava y, además de oponerse a una integración de Bosnia-Herzegovina, fomentaban las rivalidades de croatas y serbios.
El mismo año de 1868, Francisco Deak presentó en la Dieta húngara la Ley de las Nacionalidades que, con la oposición del Partido de la independencia, legalizaba el uso de las diversas lenguas en las respectivas comunas, ciudades y departamentos, si bien el único idioma oficial común seguiría siendo el húngaro.
En Transilvania, el Partido Nacional Rumano reclamó la autonomía desde 1881 y fue prohibido cuando, en 1892, sus líderes se dirigieron a Francisco José como Emperador de Austria y no como Rey de Hungría. En todo caso, como ocurrió con los independentistas eslovacos, fueron una minoría relativa dentro de sus respectivas poblaciones en los años finales del siglo XIX.
En Austria, el poder legislativo se confió a un Consejo del Imperio, formado por una Cámara de los Señores, a modo de representación estamental, y la Cámara de los Diputados ("Reichsrath"), cuyos miembros, hasta 1873, eran elegidos por la Dieta de cada provincia y, después de la reforma electoral de 1873, fueron elegidos, por sufragio censitario, mediante un sistema de representación de los diferentes cuerpos sociales (propietarios, comerciantes, población de las ciudades y comunas rurales). Este sistema daba ventajas a la representación de las poblaciones alemana y polaca. La reforma electoral de 1882 permitió una mayor representación, aun dentro del sistema censitario. En 1896 se introduce un sufragio más amplio que se convertiría en universal por la ley de 1906.
El nacionalismo más vivo y problemático dentro del Imperio fue el de Bohemia, único pueblo eslavo que estaba urbanizado e industrializado. Durante décadas, la política de los germanos -a través de su posición dominante en los medios urbanos y la administración- fue intentar dominar culturalmente a las otras razas. Los checos, o al menos un influyente sector de las clases medias e intelectuales, se habían revelado contra esta pretensión. Ahora, su intención era utilizar la lengua para frenar la germanización, exigiendo el checo para el trabajo en la administración. Para ello pidieron una autonomía efectiva. A comienzos del dualismo la solución que se intentó fue llegar al trialismo. Es decir, conceder a Bohemia un estatuto semejante al de Hungría. Así lo llegó a proponer el presidente del Consejo austriaco, el conservador conde Karl de Hohenwart, después de secretas negociaciones con representantes de la Dieta de Bohemia. Los "Viejos Checos", entre los que destacaba F. Palacky (jefe del Partido Nacional Checo en la Dieta de Bohemia) y L. Rieger, no reconocieron más vínculo con Viena que el soberano común y se adhirieron al paneslavismo ruso. La situación se consideró peligrosa tanto por los alemanes de Bohemia, que temían su minoría dentro del posible nuevo Estado, como para el gobierno húngaro, que se inquietaba por las repercusiones del proyecto dentro de las nacionalidades de Hungría. Francisco José renunció a la idea en octubre de 1871 y Hohenwart dimitió del gobierno austriaco.
Dentro del nacionalismo checo se produjo una escisión. Los "Viejos Checos", agrupados en torno a Rieger, siguieron favorables a la búsqueda de un acuerdo en los años siguientes. En la mayor parte de este período, durante los años 1879 a 1893, el gobierno estuvo en manos del conde Eduard Taaffe, quien concedió a Bohemia ciertas aspiraciones. Entre ellas, en 1882, convirtió el checo en idioma oficial, si bien en las zonas de mayoría alemana la administración tuvo que ser bilingüe. Los "Jóvenes Checos", liderados por Carlos Kramarj, se mantuvieron en una posición independentista y triunfaron en las elecciones de 1891 en Bohemia.
La mayoría de los alemanes de Bohemia intentó oponerse a las reformas. Cuando en 1897 el Gobierno votó una ley que obligaba a los funcionarios de Bohemia a ser bilingües, los alemanes, apoyados por sus homólogos en la Dieta de Viena, plantearon una sistemática obstaculización. Los checos generalmente sabían el alemán, pero no al contrario. Finalmente el Gobierno se limitó a exigir de los funcionarios que conocieran los idiomas hablados de donde ejercían. Algunos alemanes dejaron de mirar hacia Viena para hacerlo hacia Berlín. El movimiento "Los-von-Rom" (separémonos de Roma), organizado en 1897 y dirigido por Georg Schunerer, propugnaba la unión con Alemania.
Los polacos de Galitzia, que consiguieron una amplia autonomía administrativa y cultural, lo que incluía el polaco como lengua oficial, plantearon menos problemas en estos años. Buena parte de los diputados polacos apoyó a la mayoría del Gobierno. Dos de ellos, el conde Potocki en 1870-1871 y el conde Badeni, entre 1895 y 1897, llegaron a ser presidentes del Consejo de Ministros de Austria. No obstante, a finales del siglo XIX, se empezaron a escuchar con fuerza las voces que reclamaban mayor unidad con los polacos de Rusia y Prusia.
Como señaló el periodista inglés Henry Wickham Steed, la fuerza y la debilidad de la Monarquía dual en el último tercio del siglo XIX era el "equilibrio del descontento". Salvo los magiares, todas las demás nacionalidades tenían algo que esperar. La política del monarca fue precisamente no identificarse nunca con ninguna nacionalidad, mantener el equilibrio.